viernes, 22 de abril de 2022

La escuela histórica: Nieburh, Ranke, Droysen y Dilthey / Ángel Américo Fernández

La llamada escuela histórica es un acontecimiento cultural alemán del siglo XIX nacido en el clima del romanticismo. Así como el dieciochesco siglo de la Ilustración fue llamado el siglo de los filósofos, el siglo XIX -dice E. Cassirer- es el siglo de los historiadores. Las coordenadas de la época estaban marcadas por el idealismo de Hegel, el peso del racionalismo ilustrado y la cantera de la tradición como aporte romántico. En este contexto es que se da la emergencia de una élite intelectual de historiadores de talante que se expresa en la agudeza de hombres como Nieburh, Ranke, Droysen y Dilthey. Sus desvelos teóricos versaron sobre cuestiones como la autenticidad de las fuentes, la objetividad, la construcción del conocimiento histórico y el sentido de la historia. En punto al orden de la exposición de sus ideas, repasaremos a estos autores por separado. Barthold Nieburh Nieburh (1776-1831), filólogo, investigador y profesor de historia de la Universidad de Berlín, cátedra que asumió desde 1810. Con este pensador se gesta un cambio sustantivo que va a modelar la historia como ciencia moderna cuando toma contorno el matrimonio entre la tradición histórica literaria y la erudición documental en el marco de una concepción de la historia que asume “el fluir temporal humano como proceso causal, inmanente, irreversible y racional, y ya no sólo como mera sucesión cronológica de acontecimientos” (Moradiellos, 2001, p. 151). En Nieburh hace su aparición un método histórico crítico con anclaje en un trabajo filológico que interpela a fondo los documentos desde un esquema teórico-ideológico y político trenzado en el pensamiento del investigador. La intención es que la narración histórica “debe revelar, como mínimo, alguna probabilidad de conexiones generales de los acontecimientos” (Ibíd., p.153). La obra principal de este autor es la Historia Romana en dos volúmenes. Allí, el origen del Estado romano no es abordado con base en relatos como los de Tito Libio y los clásicos, sino como la formación de un aparato histórico con su gramática para la organización y el control de una comunidad histórica en crecimiento. Un ilustre de la propia escuela histórica ha valorado su performance en estos términos: “Su gran profundidad histórica y política, su arte de interrogar las fuentes, su arte maestro de la interpretación de situaciones y condiciones políticas le permitieron mostrar cosas, de las que Libio y sus contemporáneos no tenían sospecha alguna (Droysen, 1983, p.103). La obra de Nieburh significó la transición de la erudición a la ciencia histórica. Se deshizo la tradición fabulosa. Su hilo conductor era reconstruir la realidad del pasado a fin de “establecer las conexiones significativas entre acontecimientos y estructuras”. Leopold Von Ranke Ranke (1795-1886), nació en Wiehe, Alemania y ocupó cátedra en las Universidades Humboldt y Berlín. Uno de sus más conspicuos exponentes es Leopoldo Ranke. Su objetivo inmediato era deslastrar la historia de la problemática filosófica y tomar distancia de las filosofías más influyentes como la de Hegel. En esa línea sostenía que la historia “Sólo quiere mostrar lo que realmente sucedió” (Ranke en Moradiellos, 1999, p.156). Estamos en presencia de una metódica de origen empirista-positivista en la disciplina histórica que privilegia un recorte “descripcionista” apuntalado en “lo dado”, el dato expuesto ante los sentidos en una concepción según la cual “los hechos hablan por sí mismos”. Ranke expone la apoteosis del documentalismo. Sin embargo, en este pensador hay además una preocupación por una epistemología de la historia con un enfoque destinado a desentrañar el móvil profundo del proceso histórico. En este terreno se encuentra su concepto de acción como clavija de la historia universal, la cual define en los términos siguientes: “Una acción lo es cuando hace historia, esto es, cuando tiene un efecto que le confiere un significado histórico duradero. Los elementos del nexo histórico se determinan pues de hecho en el sentido de una teleología inconsciente que los reúne y que excluye de él lo que no tiene significado” (Gadamer, 1984, P.260). Una acción libre se vuelve históricamente decisiva cuando va abriendo un momento auroral, articulación de hechos que hacen época o que generan crisis, cambios, desplazamientos jalonados por individuos de la historia o, en la acepción de Ranke, “espíritus originales” que bregan de modo autónomo en el teatro agonístico y dialéctico de las ideas o en las grandes confrontaciones entre naciones o Estados, contribuyendo con sus acciones a espolear hacia el futuro. Para explicar los móviles profundos del proceso histórico apela Ranke al concepto de fuerza, porque ésta es desencadenante de procesos, de relaciones causa/efecto y especialmente, de una apertura porque “una fuerza original y común de todo hacer” es lo que se llama libertad. Estamos ente una concepción universal de la historia en la que quedan relevados los planes y las concepciones de los hombres actuantes en los procesos, pues el sentido del acontecer se apoya explícitamente en los efectos históricos que permiten identificar las fuerzas históricas. En este contexto, no resulta extraño que para Ranke los Estados no son meramente estructuras políticas o de derecho, sino fuerzas vivas “seres espirituales reales”. Ranke los llama “ideas de Dios”. “En esta manera de hablar sigue advirtiéndose hasta que punto Ranke continúa en el fondo vinculado al idealismo alemán” (Gadamer, 1984, p.269). Aquí topamos con el presupuesto de las llamadas fuerzas, tienen un origen espiritual y su sistematización hace pensar en una suerte de panteísmo. La invocación de la categoría “fuerza” le permitió a Ranke pensar en la trabazón de la historia como dato de origen. La fuerza alcanza su realidad como juego de fuerzas y la historia es uno de estos juegos de fuerza. La mencionada tesis tiene implicaciones en su interpretación de ciertos pasajes de la historia europea: Europa surge como resultado de un conflicto de fuerzas entre los pueblos románicos y germánicos. Johan Gustav Droysen Droysen (1808-1884), ocupó la cátedra de historia en las Universidades de Jena y Berlín. Su obra máxima titulada Histórica tiene una plaza asegurada entre las más profundas del pensamiento sobre el devenir humano. También escribió un libro sobre Alejandro Magno. En su Histórica marca ruptura contra el empirismo ingenuo y contra el espiritualismo hegeliano. En cambio, aunque no lo dice explícitamente, se nota muy envuelto en el “aire de familia” distintivo del concepto de “fuerza” esgrimido en la argumentación de Ranke. En esa línea extraerá de su “caja de herramientas” el concepto de “poderes morales”. Sostiene que la investigación histórica no se sustenta en indagar los secretos de las personas individuales sino en lo que los individuos significan en el movimiento de los poderes morales. Allí queda conectada la historia con el campo de la acción práctica en asuntos como el hacer, el deber, la patria, el convivir, lo ético etc. “No son los modelos individuales sino todo el rasgo superior ético de la historia lo que debe llenarnos: este tipo de lo esencial, de lo poderoso, de lo sublime, este poder de los grandes puntos de vista, de los grandes motivos, de las fuerzas, del espíritu de grandeza (Droysen, 1983 p.372). En este marco, el concepto de los poderes morales se convierte en la clave maestra para fundar el modo de ser de la historia, su estructura; pero también en el fundamento de la posibilidad del conocimiento histórico. El referido estamento conceptual tiene la ventaja de poseer unos contornos más objetivos desde un punto de vista histórico que el concepto de fuerza. A este tenor revisa el significado de “hecho histórico” para sostener que el individuo aislado en lo azaroso de sus impulsos y objetivos particulares, no puede ser ponderado en la historicidad. El individuo sólo se constituye en el estelar plano de la historia cuando es capaz de elevarse hasta los aspectos morales comunes y participa en ellos. Navegando sobre el concepto de fuerza heredado de Ranke, este extraordinario hermeneuta funda la historia universal sobre un andamiaje cohesionador de lo histórico más reconocido y objetivo condensado en la fuerza moral o “los poderes morales”. En ellos se encuentra el principio de articulación y unificación como un todo de la historia universal. La fuerza moral del individuo se constituye en poder histórico cuando se incardina en el trabajo para los grandes objetivos comunes. Es poder histórico porque es lo permanente y poderoso que marca la impronta en el curso de las cosas. Las configuraciones de la realidad son determinadas por los poderes morales, suerte de “anillos éticos” que se contraponen, coexisten y se suceden en las “comunidades naturales”, desde la familia y la tribu, pasando por la esfera del saber, el arte y la religión, hasta llegar a la esfera del poder y del Estado. Estas esferas son comprensibles porque son expresión, y eso la eleva a la esfera de la historia y del sentido (Gadamer H., 1984, p.275)). Este autor se caracterizó por pensar la historiografía en categorías estético-hermenéuticas reconstruyendo fragmentos desde la tradición. Wilhelm Dilthey Dilthey (1833-1911), nativo de Biebrich en la Renania. Trabajó en la Universidad de Basilea y en la Universidad de Berlín, destacando con obras maestras como Mundo Histórico e Introducción a las ciencias del espíritu. En su teorización se establece que el fundamento último de la historia como ciencia del espíritu es el concepto de “vida”, pero no se trata de la vida en términos biológicos, sino de la vida humana como explosión de la riqueza y multiplicidad de la “vida histórica”. En su Introducción a las ciencias del espíritu dice: “La única vida que puede llamarse vida a pleno título es la vida humana…el pensamiento no puede ir más allá de la vida…un proceso de fundamentación del conocimiento está obligado a remontarse a la vida” (1944, Documentos autobiográficos XIX), La vida humana está dotada de espíritu, es la única que puede engendrar el tejido de la historia, la única que puede crear las grandes formaciones culturales en el tiempo. La especificidad del mundo histórico, a diferencia de la naturaleza, es que en ese mundo espiritual se puede fijar a las cosas o a las acciones, valor, significado y fin (Mundo histórico, 1944, p.103). Lo histórico como objeto se constituye “en la medida en que “se viven” estados humanos, en la medida en que se expresan en “manifestaciones de vida” y en la medida en que estas expresiones son comprendidas (Ibíd., p, 107). Los desvelos teóricos de este autor estaban vinculados a una fundamentación de las ciencias del espíritu (1883) para diferenciarlas en forma neta de las ciencias de la naturaleza. La premisa medular es que los fenómenos históricos están dotados de espíritu; en cambio, las ciencias de la naturaleza suponen un “observador” en una posición de “exterioridad” que busca relaciones de causalidad para registrar regularidades empíricas en beneficio de formular leyes necesarias o universales. Pero los fenómenos de la naturaleza no tienen espíritu ni lenguaje. En esta perspectiva, sólo los actos humanos tienen espíritu. Así, las acciones, batallas, Estados, Iglesias, leyes y creaciones culturales son portadoras de “espíritu”. Esta diferencia tiene implicaciones a nivel de método. Frente al principio de explicación (Erklären) del modelo de las ciencias naturales que buscan regularidades empíricas y leyes universales del cosmos, Dilthey esgrime la comprensión (Verstehen) para el abordaje del mundo histórico, los productos culturales, leyes, sistemas de pensamiento, religiones y toda la impronta de la creación humana. “El conjunto de las ciencias que tienen por objeto la realidad histórico-social lo abarcamos en esta obra bajo el título de “ciencias del espíritu”. (Ciencias del espíritu, Dilthey, W. p.13). Para las objetividades de la historia, es imperativo metódico aferrar los motivos espirituales que las generan en aras de fijar las conexiones de sentido. Algunos autores han endosado a Dilthey una suerte de psicologismo, pero esa apreciación no es correcta, por cuanto su reflexión no se queda atrapada en una vivencia solipsista o en una subjetividad que contempla el mundo; una lectura seria de su obra permite captar su envite maestro cuando echa mano del concepto hegeliano de “espíritu objetivo” que implica la noción “comunal” o de “mundo compartido” que tiene anclaje en la cultura, la historia y las formas simbólicas. Por tanto, se produce el encuadre del mundo histórico repleto de “sentidos” con base en comunidades de habla. He allí el lecho para echar a andar la empresa hermenéutica que supone interpretación y comprensión incardinado a reconstruir desde la tradición el universo pragmático-semántico de las comunidades históricas. Referencias Dilthey Wilhelm (1944) El mundo Histórico. Fondo de Cultura económica. México. Dilthey Wilhelm (1944). Introducción a las ciencias del espíritu. Fondo de Cultura Económico. México. Droysen, Johan (1983). Histórica . Ed. Alfa. Barcelona. Gadamer, Hans. (1984). Verdad y método. Ed., Sígueme. Salamanca. Moradiellos, Enrique (2001). Las caras de Clío. Ed. Siglo XXI. Madrid

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